
Cuando José Salvador Alvarenga partió una
mañana del mes de noviembre del 2012 a pescar junto a otro tipo, su idea era
regresar a los dos días. Lo que ocurrió después fue un caso tan insólito que
todavía cuesta explicar. De aquel viaje sólo regresaría uno. Catorce meses
después.
Alvarenga estaba solo en un país
extranjero. Después de tener una serie de problemas en El Salvador, huyó al
norte de México, dejando atrás a su hija y sus padres. Allí comenzó una nueva
vida como pescador en el pueblo de Costa Azul, en el extremo sur de Baja
California.
Para noviembre de 2012, Alvarenga tenía
37 años y no había hablado con su familia durante casi una década. El hombre
siempre dijo que quería tener éxito antes de regresar a casa, y es muy posible
que algo de eso estuviera en su mente mientras preparaba su bote de 7 metros
para su próximo encargo: un viaje de 30 horas en el Pacífico para pescar tiburones
y atún.
Sin embargo, poco antes de embarcar, el
socio habitual de Alvarenga abandonó el trabajo. Hizo algunas llamadas y
encontró a un reemplazo, Ezequiel Córdoba, de 22 años, un futbolista local al
que apodaban el “Piñata”. Aunque nunca se habían visto, ambos buscaban lo mismo: salir al mar y ganar algo de dinero. Si el viaje salía
según lo planeado, Alvarenga ganaría alrededor de 200 dólares, de los cuales 50
debían ser para Córdoba.
El tiempo

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Ambos partieron antes del amanecer del 17
de noviembre de 2012, y la primera etapa del viaje fue relativamente bien; Alvarenga
y Córdoba estaban transportando pescado, de hecho, llenaron rápidamente la nevera que
tenían. Sin embargo, una gran tormenta de viento del norte se estaba gestando
en tierra firme y se extendía hacia el mar.
Alguien con más conocimiento
probablemente no se habría arriesgado en el viaje, especialmente con un
compañero inexperto, pero Alvarenga esperaba poder llevar una captura considerable
y regresar a la costa antes de que el clima se pusiera demasiado feo.

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Antes de que pudieran volver comenzaron
a formarse olas de 3 metros que lanzaban al pequeño bote de forma violenta.
Además, comenzó a llenarse de agua. Los dos hombres trabajaron toda la noche
para mantenerse a flote. En un momento dado, Córdoba cayó por la borda, y
Alvarenga tuvo que tirar de él por el pelo. Para empeorar las cosas, el hielo
estaba haciendo que el bote pesara demasiado. Una gran ola podría tirarlos. Así,
ambos decidieron tirar sus capturas y luego cortaron las líneas de pesca.
Sin embargo, la tormenta no se detuvo.

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A la mañana siguiente, Alvarenga había
conseguido que volvieran a estar a unos 25 kilómetros de la costa. Entonces el
motor del bote comenzó a hacer un ruido raro y ya no pudieron encenderlo. El
hombre llamó por radio en busca de ayuda, pero no pudo dar con su ubicación
exacta porque su GPS no había sobrevivido a la noche. Además, el bote pequeño
no tenía mástil o cabina, por lo que estaban demasiado bajos en el agua como
para ser vistos desde lejos. Para colmo, la radio murió ... y el barco fue
arrastrado sin remedio cada vez más lejos hacia el mar abierto.
Cinco días más tarde, el barco
desapareció del mapa, pero antes de que se iniciara la búsqueda, el bote se
había desplazado mucho más allá del punto donde los guardacostas lo podrían
buscar. Días después, cuando no se encontraron rastros de la embarcación, las autoridades
asumieron que los dos pescadores habían perecido.
No lo habían hecho: Alvarenga y Córdoba pudieron sortear la marejada atando varias líneas de boyas al casco, lo que ayudó a evitar que el bote zozobrara en las olas más grandes. Durante la tormenta, los hombres bebieron agua de lluvia, pero esta opción se agotó al poco tiempo, y la mayoría de sus alimentos y provisiones habían caído por la borda.
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La herramienta más útil que les quedaba era un cuchillo pequeño.
Probablemente habrían muerto de hambre, pero Alvarenga descubrió cómo pescar
con sus manos (eso sí, desde el bote). Las aguas infestadas de tiburones hacían
que nadar fuera demasiado peligroso.
Pasaron los días y ya no llovió más. Así que, además de tener que comer el pescado crudo, los dos hombres se vieron obligados a beber su propia orina para mantenerse con vida, y esto los tenía deshidratados debido al alto contenido de sal. El único escape posible al sol abrazador del mediodía era esconderse dentro de la nevera. El rescate parecía cada vez menos probable, ambos podían sentir que morían lentamente.
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Pasaron dos semanas antes de que llegara
la primera lluvia otra vez. Alvarenga y Córdoba dejaron caer las gotas grandes
directamente en sus bocas. Luego, una vez que habían saciado su sed, recogieron
agua en cada botella o balde que les quedaba.
En un momento dado, encontraron una bolsa
de basura flotando y se comieron el contenido (alimentos en descomposición),
como si fuera un plato gourmet. Cuando no había agua dulce disponible,
Alvarenga bebía sangre de tortuga succionándola con un tubo del motor roto del
bote. Córdoba, sin embargo, no se estaba adaptando a las tácticas de
supervivencia. No podía obligarse a beber la sangre de tortuga, y apenas podía
soportar la carne cruda. El hombre se estaba volviendo cada vez más débil.
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La despedida

A medida que los días se convirtieron en
semanas, y las semanas en meses, los dos desconocidos se hicieron más cercanos.
Pasaron el tiempo contándose sobre sus familias y se prometieron que si solo
uno de ellos volvía, visitaría a la madre del otro. Unos meses después, Córdoba
se comió un ave cruda que más tarde descubrieron que a su vez se había comido una
serpiente marina, una de las serpientes más venenosas del mundo.
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El joven sobrevivió, pero nunca fue el mismo después de eso. Tenía demasiado miedo a comer cualquier cosa. Alvarenga ni siquiera pudo hacer que bebiera agua. Intentó forzarle a beberla, pero Córdoba no podía o no quería mantenerse con vida. No había nada que Alvarenga pudiera hacer, excepto mirar como el único compañero que tenía en el mundo moría de hambre.
Así fue como un día Alvarenga se quedó solo, aunque su épico viaje apenas había comenzado.
Locura

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Si hubieras estado a la deriva en un bote
durante varios meses y tu único compañero acabara de morir, ¿qué harías? En
lugar de arrojar a Córdoba por la borda, Alvarenga decidió mantener el cuerpo
del muerto en el bote, y conversar con él como si aún estuviera vivo. Eso duró
casi una semana, hasta que una noche se dio cuenta de la inutilidad de hablar
con un cadáver. Sabía que tenía que dejarlo ir, así que rodó el cuerpo hasta
el mar.
Sin la compañía de un amigo, la situación de Alvarenga se hizo cada vez más desesperada. Al principio, la mayoría de sus horas las pasó en silencio total. Luego descubrió cómo abstraerse en su propia imaginación. Pasaría días enteros dando largos paseos por el campo sin abandonar el bote; sus noches las pasaba bebiendo cócteles en lujosas discotecas y cenando en restaurantes de tres estrellas. A veces, Alvarenga ni siquiera estaba seguro de que su vida en el barco no fuera más que un mal sueño recurrente.
A los 11 meses a la deriva, un gran barco de arrastre pasó lo suficientemente cerca como para que los hombres en la cubierta pudieran ver a un tipo flaco y barbudo agitando los brazos furiosamente.
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Lo único que hicieron fue saludarle.
Una isla

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Para el 30 de enero de 2014, habían
pasado un año y dos meses desde que Alvarenga viera la tierra. Por eso, al
principio, pensó que la pequeña isla en la distancia era solo un espejismo.
Pero aquello era real y el hombre estaba acercándose. Sabiendo que el viento
podía cambiar y que la corriente podía llevarlo de regreso al mar, decidió
cortar las líneas que mantenían las boyas, un gran riesgo, porque si no llegaba
a la isla, el barco se haría vulnerable a las tormentas.
Alvarenga remó con todas sus fuerzas y la corriente lo llevó el resto del camino. Cuando se despertó en la playa estaba desnudo y cubierto de sanguijuelas. Afortunadamente, y como si se tratara de un guión de Hollywood, aquel hombre con el pelo enmarañado, de tobillos hinchados, muñecas diminutas y que apenas podía caminar, había llegado a una pequeña isla habitada por una pareja casada. Estos no podían creerlo cuando Alvarenga tropezó con su casa en la playa.

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El pequeño atolón en el que había
aterrizado, llamado Ebon, se encontraba en la cadena de las Islas Marshall, a 3.500
kilómetros al suroeste de Hawai, y a 3.050 kilómetros al noreste de Papúa Nueva
Guinea. Si Alvarenga no lo hubiera visto, podría haber flotado otros 5.000
kilómetros antes de llegar a tierra.
Aunque no hablaban español, la pareja se hizo amiga de Alvarenga y lo cuidaron hasta que tuvo fuerzas suficientes para llegar a la ciudad más cercana en una isla vecina. Una vez allí, la noticia se difundió rápidamente: un hombre que se había perdido en el mar durante más de un año acababa de llegar. Periodistas de todo el mundo acudieron a las Islas Marshall para conocer a este extraño en persona.
Vuelta a casa

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A pesar de su estado, Alvarenga estaba
emocionado de estar cerca de la civilización. Su estado mental era frágil, y no
ayudó el creciente número de escépticos que no se creían que un hombre pudiera
sobrevivir solo en un bote pequeño durante tanto tiempo. Sin embargo, cuantos
más medios (y autoridades) investigaron la historia, más se controló.
Su bote tenía el mismo registro que el que había desaparecido en México en el 2012. Y basado en las corrientes oceánicas, estaba exactamente donde debería haber estado después de todo ese tiempo. Sin embargo, lo más revelador era su forma física: en realidad se parecía a un hombre que no había comido en verdad durante 438 días.
Después de 11 días de recuperación, finalmente estaba lo suficientemente sano como para regresar a El Salvador, donde por fin vio a sus padres y a su hija por primera vez en una década.
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Durante los primeros meses, apenas podía
dormir por la noche o salir de la casa de su familia durante el día. La imagen
del cuerpo sin vida de Córdoba todavía le obsesionaba. Poco a poco recuperó su
fuerza, aunque todavía le tenía miedo al agua, y aún no quería revivir su terrible experiencia con los periodistas.
Para mantener a raya a los medios, Alvarenga contrató a un amigo de la infancia que estudió derecho, Benedicto Perlera, para que actuara como su abogado manejando todas las solicitudes de entrevistas. Perlera intentó persuadirle para que le vendiera su historia al mejor postor y que ambos ganaran mucho dinero, pero Alvarenga no estaba del todo listo.
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Un año después de su rescate, Alvarenga cumplió su promesa y viajó para ver a la madre de Córdoba en Chiapas (México), donde describió con todo lujo de detalles cómo su hijo había fallecido. Fue una reunión tensa de dos horas, pero cuando terminó se sintió aliviado.
Ahora sí, se veía listo para contar su historia al mundo. Se reunió con Jonathan Franklin, un periodista estadounidense que había contado anteriormente la historia de los mineros chilenos que quedaron atrapados.
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Franklin quería escribir sobre la dura prueba que pasó Alvarenga, y como muchos otros, al principio era escéptico. Sin embargo, después de realizarle docenas de entrevistas, el hombre creyó cada palabra del increíble relato del náufrago y comenzó a compilarlas en un libro que se llamó: 438 Days: A Remarkable True Story of Survival at Sea.
Canibalismo

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Cuando el libro llegó a las estanterías en noviembre de 2015,
Perlera ya no era socio de Alvarenga. De hecho, el abogado ahora representaba a
la familia de Córdoba. Alvarenga se enteró de que su antiguo amigo lo estaba
demandando por incumplimiento de contrato.
Luego vino otra bomba: la madre de Córdoba presentó una demanda de 1 millón de dólares contra él (junto con una demanda por la mitad de las ganancias del libro), alegando que mintió sobre lo que realmente sucedió después de la muerte de su hijo. Alvarenga no arrojó el cadáver de Córdoba por la borda, afirmó la mujer: se lo comió.
Alvarenga negó el cargo de canibalismo. Como explicó, él y Córdoba habían hecho un pacto para no comerse si uno de ellos moría primero. Además, Alvarenga pudo sobrevivir con los animales que atrapó, por lo que ni siquiera necesitó la carne extra,”ni por un segundo pensé en comer a Ezequiel”, le dijo al Daily Mail. “Incluso si eso significaba que me moría de hambre, habría estado en mi conciencia para siempre”.
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Finalmente, no se presentaron cargos
contra Alvarenga por canibalismo. Su abogado dijo que “la
demanda es parte de la presión de esta familia para dividir las ganancias del
libro. Muchos creen que el libro está convirtiendo a mi cliente en un hombre
rico, pero lo que ganará es mucho menos de lo que la gente piensa”.
Esto último era verdad. Alvarenga vivía en la pobreza, contando con alojamiento y comida gratis de parte de sus padres. El libro de Franklin se vendió mal, por lo que no parece que nadie se fuera a hacer rico con su historia.
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Sin embargo, y a pesar de todas las desgracias que le ocurrieron, hay una cosa que Alvarenga ganó en esta escalofriante aventura: un récord mundial que nadie le podrá quitar. No existen registros en la historia de nadie que haya podido sobrevivir tanto tiempo solo en el mar abierto. [The Guardian, Wikipedia, DailyMail, 438 Days: A Remarkable True Story of Survival at Sea, The Sydney Morning Herald]